Iba en el metro, era un día miércoles como cualquier otro: Tïpico de este año que ha sido peculiar en cuanto a horarios...
Me había levantado en horario VIP: 11 am mis redondos negros vieron lo que para mí fueron, las primeras luces de ese caluroso miércoles del patriótico Septiembre.
Con la agilidad de una almeja

me arrastré hasta el baño y comencé lo que sería esa ducha que marcaba el comienzo de un excelente día... de trabajo.
(Los miércoles son el día que más me encanta que menos me gusta, ya que comienza con un horario excelente y termina igual de excelente pero en un horario asqueroso.)
Para hacer el cuento corto...
Me subí al metro, eran más de las 1pm... estaba casi vacío, así que decidí ser un buen ciudadano y no sentarme en el suelo, sino que en uno de esos pintorescos asientos naranjos que ofrece el metro a sus usuarios... si algo aprendí en mi corta vida de cristiano, fue que no había que ser ambicioso, así que solo me senté en el primero de los naranjos que se me cruzó.
Así comenzó este viaje, tan común y corriente como cualquier otro... ¡¡¡de hecho podríamos haber fotografiado ese momento y decir que la fotografía fue tomada un miércoles de julio y nadie lo hubiese notado!!!

Llevaba como 10 o 15 minutos de viaje, la banda sonora no podía ser mejor,
Sckxyss y luego
Auraë hacían que todo fuese irreal y sin tiempo, no había gente a mi alrededor y, aunque no era capaz de percibirla, estoy seguro que la acinematopsia era lo que reinaba en el ambiente, ni las particulas tenían movimiento lo que hacía un poco dificultoso respirar, pero daba lo mismo, podía prescindir de eso...
Cuando terminó
Auraë, todo volvió a la normalidad y nuevamente estaba rodeado de personas. Sentado en uno de los pequeños naranjos del metro, el sol me llegaba en un hombro y me dio calor, había una señora con unas bolsas a mi lado y muchos que estaban de pie, pero ninguno era candidato para cederle el asiento. (Yo sólo le doy el asiento a: embarazadas, ancianos, mutilados, combinaciones de éstos y a otros).
Cuando me estaba recuperando del transe, me di cuenta de un curioso detalle en las personas que estaban frente a mí: ¡¡todos me estaban mirando!!
¿Qué había pasado?, mientras estaba ensimismado en la celestial música, ¿habré hecho algo no aceptado socialmente?, ¿gritar o levantar los brazos?, no lo creo... por lo general la gente cree que duermo cuando escucho música y yo soy más bien recatado... Quizás, efectivamente me quedé dormido y comencé a babearle el hombro a la señora que estaba junto a mí...
En eso, algunos signos de la poca vergüenza que me queda, comenzaron a inundarme la cara: rojo como un tomate, cubierto sólo por unos anteojos oscuros que hubiese deseado, fueran más grandes en ese momento... emprendí la comprobación de la hipótesis de la baba en el hombro:
Lentamente comencé a girar mis globos oculares hacia la izquierda y ya casi podía verme la oreja, algo inédito hasta el momento. Rigurosamente comencé a examinar con el rabillo del ojo, el hombro de la señora... mi enfermizo pálido característico volvió al rostro cuando me di cuenta de que allí, nada mío había.
Con la seguridad que me otorgaban los anteojos oscuros, miré directo a la morbosa turba que a través de mis, ligeramente ofendidos ojos, se asemejaba más a la
negra que a la
rubia; descompuestos en su morboso y casi fetiche fisgoneo, me miraban fijo y yo no sabía el porqué.
Sin embargo, presa fácil no soy yo... les devolví la mirada fría y enjuiciadora, ojo por ojo (ya que nada hice con los dientes).
La victoria era ineluctable, sus miradas juiciosas las empecé a percibir como miradas de miedo, angustia, sorpresa y espanto. Uno a uno, los miré fijo y efectivamente el miedo y la impresión era lo que los mantenía con la mirada congelada, mirada invernal que iba por sobre mí. Fue ahí cuando me dí cuenta de que nunca me estuvieron mirando, sino que miraban algo que estaba por sobre mí, detrás de mí.

Dejé de tenerles ese esbozo de rencor y me produjeron curiosidad. ¿Qué miraban con tanto asombro?. ¿Qué había en la parte anterior del vagón del Metro de Santiago que a todos impresionaba?.
Se desactivó mi adulto interior y por unos instantes sentí miedo también. Volví a la infancia, eran como esas oscuras noches en el campo cuando jugábamos a las escondidas, con suerte te veías la nariz y cualquier cosa podría estar detrás de tí. En esa época los monstruos y fantasmas existían y siempre estaban dispuestos a aparecer. En eso, dejé de operar límbicamente y pasé a tener algo más de conciencia. De todas formas quedé un poco exaltado.
¿Qué había atrás?, todos seguían mirando fijo: la señora con la polera azul, ese caballero vestido con un elegante terno color ¿crema?, la guapísima mujer que estaba tratando de no mirar para poder seguir declarándome estoico, el grupo de escolares que en ese día Miércoles del patriótico Septiembre, habían hecho la 'cimarra', todos, todos ellos miraban fijo y las miradas me sobrepasaban.
Nuevamente empleé la técnica del ojo y comencé a tratar de mirarme la oreja derecha, en esta ocasión. Sólo logré ver al tipo sentado en la otra sección de pequeños naranjos que estaba igual de ensimismado que yo hace unos momentos, con alguno de los clásicos de Atari como "snake", "bowling" o alguna carrera de autos en su celular.
No lograba ver que había atrás de mí que llamaba tanto la atención. Con miedo, decidí hacer lo que pensé que jamás haría: giré un poco el cuello en dirección de las manecillas del reloj. Lentamente, para que no pareciera que quería ver lo que allí había. (Recuerdo que con unos amigos, en la época de colegio, jugábamos a hacer eso en lugares públicos: mirar o apuntar hacia una dirección donde nada había con tal de que la gente mirara y buscara consternada eso que jamás existió y que a todos sorprendía.) No caería yo, en un juego tan sencillo como ese. Así que casi imperceptiblemente mi cabeza giraba poco a poco hacia la derecha, vi completamente al tipo que jugaba con su celular, luego mis ojos pasaron por la publicidad que está detrás de los asientos donde había una atractiva mujer promocionando no se qué, (mujer que había estado evitando mirar para poder seguir declarándome estoico). Y cuando estaba a punto de girarme casi completamente, me encuentro con una señora un poco gorda que tapa la pasada y mi vista. Rápidamente vuelvo a mi posición original y miro un tanto a la izquierda, así como para compensar un poco la cantidad de movimientos. No había logrado ver que había ahí y que a todos llamaba la atención.
Mis miradas se centraron en la gente de nuevo y pude ver que no fue un fenómeno aislado, ellos seguían mirando fijo hacia la parte anterior del carro. ¿Qué pasaba ahí?.
En eso, de manera Brusca y casi coreográficamente, todos miran hacia la puerta, ¿qué está pasando?... comienzan a caminar... es como si hubiesen salido de algún embrujo inhabilitante, un hechizo pigmalionista.
"¡Por supuesto!", pensé... todo calzaba: esa luz y ese tono. Las puertas se habían abierto mientras yo intentaba mirar hacia atrás. Y ahora todo el mundo bajaba en alguna popular estación (definitivamente no era "Pila de Ganso" o "Einstein"). Eso significaba que... lo que todos miraban quizás también bajaría... así que, rápidamente para evitar lo peor, me di vuelta. No me importó nada y me di vuelta para poder ver que fue lo que cautivó a toda esa gente por ese lapso de tiempo. ¿20 minutos? ¿20 segundos?, no lo sé... lo que dura de una estación a otra. Fue el tiempo suficiente como para declararse majestuoso. Sólo vi gente bajando, uno que otro empujón y listo.
No alcancé a ver el espectáculo, el acto poético, la performance que allí había ocurrido. Para siempre tendré esta duda, moriré con una experiencia menos.

Y lo peor de todo... es que yo también me tenía que bajar en esa estación.